Es interesante notar que cuando Jesús vino, los discípulos
eran terriblemente ingenuos en cuanto al cielo. Se podría
asumir que habiendo sido instruidos en el judaísmo, ellos
tendrían una comprensión muy aguda del mundo porvenir.

Pero sus ideas de un paraíso futuro se centraban en el sueño de
un mesías que derrocaría a la ocupación romana, establecería su
gobierno en la tierra, y le restauraría a Israel su antigua gloria.
No era el cielo allá, sino aquí, lo que ellos preveían.

De hecho, todo el ambiente religioso de los tiempos de Jesús
minimizaba la idea del cielo. Uno de los principales grupos
religiosos era el de los saduceos. Ellos eran materialmente ricos, lo
cual incluso hacía de la idea del cielo algo superfluo, y de hecho,
su teología negaba la resurrección y la idea de una vida después
de la muerte. Tanto su teología como su bienestar económico
hacían del cielo algo innecesario. Por el otro lado, los fariseos
afirmaban la realidad de una vida por venir. Pero, como lo
observó un autor, «ellos estaban fundamentalmente preocupados
por la dimensión ritual del judaísmo.»

Dadas estas actitudes religiosas preponderantes, no es de
extrañar que la opinión que los discípulos tenían del cielo fuera
vaga. Como tal, traía confusión a sus corazones en cuanto a la
misión de Jesús, y angustia dentro de sus almas cuando Él les
dijo que se iba.

Pero todo eso cambió luego de la resurrección y la ascensión.
El cielo era algo real y cautivador para la iglesia primitiva. Los
creyentes podían soportar la llama del fuego y la tortura de los
leones hambrientos, porque sabían que cosas mejores habían de
venir — que éste era lo que en efecto Thomas Hobbes llamaría
más tarde el mundo «repugnante, salvaje, y cortante.» La idea que
el cielo era «mucho mejor» (Filipenses 1:23) era la comprensión
que los hacía capaces de no apretar el paso en la vida aquí y
vivir para Jesús sin importar el costo. Y, como lo dijo Juan, vivir
en la esperanza de ver a Jesús cara a cara los motivaba a la
pureza en sus vidas.

Hasta hoy, el bienestar económico y la preocupación por las
reglas y los rituales mundanos oscurecen nuestra visión del cielo.
Sólo cuando el cielo está a la vista es que nuestras vidas
comienzan a funcionar como deben. —JS