Cuando al escritor Bruce Feiler le diagnosticaron cáncer óseo en la cadera, necesitó ayuda para caminar durante más de un año. Aprender a movilizarse con muletas le hizo valorar la importancia de andar más lentamente en la vida. Declaró: «La idea de desacelerar se convirtió en la lección más importante que aprendí por experiencia propia».
Después que Dios liberó a su pueblo de Egipto, le dio un mandato que lo haría desacelerar y hacer una pausa para verlo a Él y al mundo. El cuarto mandamiento presentó un contraste dramático con la esclavitud que Faraón había impuesto a los israelitas, cuando no tenían ningún descanso durante su rutina de trabajo diario.
Se estableció que el pueblo de Dios apartara un día por semana para recordar varias cosas importantes: la obra del Señor en la creación (Génesis 2:2), la liberación de la esclavitud en Egipto (Deuteronomio 5:12-15), la relación de Israel con Dios (6:4-6) y la necesidad de una renovación personal (Éxodo 31:12-18). No tenía que ser un día de ocio, sino de reconocimiento, adoración y descanso en Dios.
A nosotros también se nos llama a desacelerar el paso, a renovarnos física, mental y emocionalmente, y a contemplar a Dios en su magnífica creación.