El 7 de septiembre de 1838, Grace Darling, hija del encargado de un faro en Inglaterra, divisó un naufragio y algunos sobrevivientes cerca de la costa. Ella y su padre remaron valientemente en su bote unos 1.600 metros (1 milla), en medio de las aguas turbulentas, y rescataron varias personas. Grace se convirtió en una leyenda por su corazón compasivo y mano firme al arriesgar su vida para rescatar a otros.
El apóstol Pablo nos habla de otro equipo formado por un hombre y una mujer colaboradores suyos en la obra del Señor, Priscila y Aquila, quienes también se arriesgaron para rescatar a otros. De ellos, señaló: «expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles» (Romanos 16:3-4).
No se nos dice exactamente a qué se refería Pablo con «expusieron», pero como los azotes, el encarcelamiento, los naufragios y las amenazas de muerte eran situaciones tan habituales en el ministerio del apóstol, es fácil ver cómo esta pareja tal vez se arriesgó por ayudar a su amigo. Al parecer, consideraban que rescatar a Pablo era más importante que mantenerse a salvo.
Rescatar a otros, ya sea de peligros físicos o espirituales, suele implicar riesgos. Pero al exponer nuestra seguridad para ayudar a otras personas, reflejamos el corazón de nuestro Salvador, el cual renunció a tantos privilegios para beneficiarnos.