Algunas personas creen que la celebración en los deportes
han pasado todo límite. Un jugador de defensa cuyo
equipo de fútbol americano está con 38 puntos de
desventaja derriba un pase y quiere que todos le den «las cinco.»
Un jugador de la ofensiva atrapa un pase de anotación en el
cuarto tiempo de un partido que perdieron en el primer tiempo,
y ejecuta su bien ensayada rutina. Y ya no puede simplemente
encestar — tiene que quedar colgado del aro por unos cuantos
segundos.

No sólo se trata del fútbol americano y del básquetbol. En
una reciente salida de nuestra iglesia para jugar golf, uno de
nuestro grupo de cuatro jugadores debió haberse sentido un
poquito inseguro, ¡porque se la pasó la mayor parte del recorrido
contándonos acerca de los grandes tiros que había hecho hacía
muchos años!

Vivimos en una cultura altamente competitiva. Se les alienta
a las personas a estar un poquito más adelante que el resto — y a
asegurarse que todos lo sepan. Cuando su rendimiento es pésimo,
tratan de compensarlo hablando pestes de sus oponentes. En
resumidas cuentas — es un asunto de orgullo.
El libro de Proverbios tiene mucho que decir acerca del
orgullo, y nada bueno.

Es tonto. La sabiduría personificada, hablando en el capítulo 8,
dice, «El orgullo, la arrogancia, . . . yo aborrezco» (v.13).
Es deshonroso. «Cuando viene la soberbia, viene también la
deshonra» (11:2).

Causa disensión. «Por la soberbia sólo viene la contienda»
(13:10).
Precede a la humillación. «Delante de la destrucción va el
orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu» (16:18).

Las manifestaciones de orgullo en los logros atléticos pueden
ser exageradas y son total y absolutamente de mal gusto. El
orgullo por levantarse temprano para orar o para saber más
respuestas que nadie en el grupo de estudio bíblico es aún peor.

No se necesita de celebraciones que capten la atención todos.
Humíllate y dale la gloria a Dios. —DE