Este año Dios me ha puesto en un plan de crecimiento
acelerado. Con más «pesas» y «lagartijas» y «horas de sesión»
ampliadas, esta incursión por el gimnasio de la fe me ha
estirado y me ha dolido. Un par de veces he querido interrumpir
la gimnasia, dar con las duchas, y cancelar mi membresía. (De
hecho, he estado más inclinado a sentarme en el área de los
casilleros para recuperar el aliento, esperando que nadie vea en
qué tan mala forma estoy en realidad desde el punto de vista
espiritual).

Este año, los desafíos personales han sido muchos, siendo el
último de éstos tomar un nuevo camino profesional.
Un camino profesional sin éxito garantizado . . . o futuro . . .
o dinero.

Por diez años he estado involucrado en diversos aspectos de
la transmisión de programas cristianos. Pero ahora esa época está
llegando a su fin. Mi esposa y yo creemos que éste es el momento
de buscarle un sentido mayor al llamado.

Me siento algo vulnerable. Mi cuenta bancaria está en peligro.
Dudo de mis talentos y capacidades para el siguiente papel.
¿Dónde está la estabilidad profesional? ¿Realmente debí haber
rechazado esas otras ofertas? Ah, las preguntas.

Cuando se trata de la «fe práctica» (no la «fe ahorradora»
— hay una gran diferencia), todavía estoy en la escuela primaria.
Preferiría mucho más quedarme en el mundo seguro de lo
conocido que entrar al riesgoso reino de la resuelta confianza
en Dios.

Pero esto sé: Siempre hay una crisis del conocimiento con la
fe. No sabemos lo que pasará o cómo funcionarán las cosas. Luego
de guiarnos al abismo de la fe, Dios nos pide que saltemos,
asegurándonos que Él nos recibirá al otro lado. Es arriesgado. Es
una aventura. Es aterrador. Eso es la fe.

Entonces, heme aquí, listo para saltar, creyendo que Dios me
recibirá al otro lado, y confiado en que hay una red de seguridad
en caso que haya malentendido Su voz.
Ahora bien, ¿quién quiere un orador para conferencias? —SV