¿Conoces a alguien que comience cada frase con la palabra
«Yo»? No importa qué noticia tengas, de qué proeza
emocionante hables, o qué tema interesante menciones,
estas personas trasladan el enfoque de la conversación hacia sí
mismos. Se encuentran en el mismo centro de su universo.
Quieren que todos los ojos se enfoquen en ellos.
El joven en el pasaje de hoy de las Escrituras tenía una vida
centrada en sí mismo. «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida
eterna?» le preguntó a Jesús (Lucas 18:18). Tenía todo los demás.
Un atuendo de Saks de la Quinta Avenida. Un carro Dodge
Magnum. Sandalias Birkenstock. Comidas en todos los mejores
restaurantes a orillas del Mar Muerto. Pero quería una cosa más
— la vida eterna.
Había sido religioso durante toda su existencia. Hacía lo que
fuera que la ley exigiera. Pero ahora, Jesús había identificado lo
único que el hombre no tenía — la capacidad de renunciar a sus
preciosas posesiones y de no centrarse en sí mismo. «Véndelo
todo,» le dijo Jesús. «Deshazte de todas esas cosas que amas.
Sígueme.»
Pero no pudo hacerlo. Se escabulló y la Biblia no habla más
acerca de él.
¿Y qué acerca de nosotros? ¿Comenzamos cada frase con la
palabra «Yo»? ¿Nos encanta demasiado nuestra ropa, nuestros
automóviles, nuestras casas? ¿Estamos encaprichados con mimar
nuestros cuerpos? ¿Cuánto de nuestro tiempo lo dedicamos a
pensar en nuestros propios intereses, en lo siguiente que
queremos comprar, o en cómo nos vemos?
He aquí un desafío: Declara un ayuno al ego. Luego de orar y
de pedirle a Dios que te ayude, haz un intento deliberado y
honesto de pasar 24 horas sin hablar de ti mismo, de tus
necesidades, ni deseos. Enfoca conscientemente tu mente en Dios
y en los demás. ¡Cambiará tu vida!
Señor, ayúdame a reemplazar los espejos que rodean mi vida
con ventanas, para que pueda verte a Ti y a los demás más de lo
que me veo a mí mismo. —DCE