Junto con cientos de otros turistas, caminaba respetuosamente
por los impresionantes pasillos de piedra de la Catedral
Nacional de Washington.

En agudo contraste con Disney World, éste no es un lugar
para la emoción con carga de adrenalina, sino para la reverencia
que busca el alma.
Iniciada en 1907 y culminada en 1990 (¡eso es más de 80
años!), la catedral de 206 metros de alto se yergue como un
ejemplo del arte y la destreza excelentes. También muestra lo que
se puede hacer si las personas combinan sus habilidades para un
propósito común.
Picapedreros, pintores de vitrales, escultores, orfebres, y otros,
decidieron trabajar juntos haciendo lo que hacían mejor, para
construir una iglesia.

Remontándonos a los tiempos del Antiguo Testamento, algo
similar ocurrió cuando se construyó el Tabernáculo. Obreros
altamente calificados combinaron sus capacidades dadas por Dios
para producir una estructura impresionante que fuera adecuada
para la adoración.

Y luego, en el Nuevo Testamento, Dios comenzó un nuevo
programa de construcción formando a la iglesia. De manera
similar, usó a hombres y mujeres con sus habilidades únicas para
construirla. Pero ésta no está construida con piedra y argamasa.
Está hecha enteramente de personas. Y es un programa de
construcción que ha estado continuando por casi dos mil años.
(Eso hace que los 80 años que se tomó para construir la Catedral
Nacional parezcan como el trabajo de un fin de semana).
Efesios 4 nos dice que la obra de construir la iglesia continúa
hoy. Y cada seguidor de Jesús ha recibido una habilidad especial
para usarla en la construcción de Su iglesia para la gloria de Dios.
«Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia
conforme a la medida del don de Cristo» (v.7).

Tú y yo somos talentosos artesanos, y estamos construyendo
la obra maestra más grande en el mundo — la iglesia de Dios.
¡Usemos nuestros dones para edificarnos unos a otros en
Jesús! —KD