Una tarde, cuando visitaba un hogar de ancianos, un residente llamado Tomás salió silenciosamente de su cuarto, esperando encontrarme para charlar. Después de un rato, preguntó: «¿No será un insulto para Dios si me convierto en creyente en Cristo a esta altura de mi vida?». Su pregunta no me sorprendió. Como capellán, suelo oírla expresada de diversas formas por ancianos, por quienes luchan contra las adicciones y por ex prisioneros. Ellos piensan que tienen una razón legítima para creer que es demasiado tarde para conocer a Dios y para que Él los utilice.
Tomás y yo dedicamos un tiempo para leer sobre personas en las Escrituras que, por su pasado, podrían haber pensado lo mismo. Pero Rahab, una prostituta (Josué 2:12-14; Hebreos 11:31), y Zaqueo, un cobrador de impuestos (Lucas 19:1-8), decidieron poner su fe en Dios, a pesar de su pasado.
También leímos la parábola de Jesús sobre los obreros de la viña (Mateo 20:1-16). Cuanto antes fueron contratados, más pudieron trabajar para el dueño (vv. 2,7), pero los que fueron contratados después descubrieron que valían lo mismo ante los ojos del amo y que serían recompensados igual que los otros (vv. 8-16). El propietario de la viña decidió aplicar la misma gracia con todos.
Independientemente de nuestro pasado o presente, Dios anhela mostrarnos su gracia e invitarnos a tener comunión con Él.