El viernes, 16 de julio del 2004, leo en mi diario, «Últimamente me he estado dando cuenta de cuán a menudo siento culpa. Me siento culplable por algunas de esas cosas que quiero disfrutar, como las vacaciones. ¿No sería mejor  gastar el dinero en los pobres y en aquéllos que no tienen qué comer? Y luego vienen esos días cuando estoy ocupado y no quiero detenerme para conversar con las personas. Me siento como que mal por parecer tan poco amistoso.»

Mi lista continúa con preguntas acerca de que si estoy haciendo lo suficiente por los que están solos, y con dudas persistentes en cuanto a que si he sido un buen hermano para con mi hermano y hermana de sangre. La lista revela tres temas comunes: Culpa por no satisfacer las necesidades de las personas, culpa cuando no satisfago las expectativas de los demás, y  culpa por fracasos pasados.

¿Alguna vez has sufrido por tener una conciencia súper sensible?  Analizas la conversación más corta y la acción más pequeña para garantizar que te comportaste correctamente. Te rompes la cabeza por errores pasados y te sientes condenado cuando no satisfaces las expectativas de los demás. En 1 Juan 3, el apóstol Juan les habló a personas con corazones condenados.

Falsos maestros habían entrado en alguna de las iglesias de Juan, afirmando ser súperestrellas espirituales. Como resultado de ello, algunos creyentes estaban sintiéndose inseguros en cuanto a su salvación. No estoy a la altura, pensaban, así que tal vez no le pertenezco a Jesús después de todo. Juan se apresuró a tranquilizar esas almas tan atribuladas. «Las dos señales que muestran que realmente le pertenecen a Jesús», dijo, en esencia, «son que ustedes creen en Él, y, en general, que su vida refleja el amor práctico por los demás» (3:23-24).

En este caso, los falsos maestros estaban fallando en ambas áreas (2:9-11; 4:2-3). ¡Los corazones equivocados eran los que se estaban sintiendo culpables! Juan tranquilizó a su rebaño diciéndoles, «Cuando el corazón de ustedes se sienta condenado, déjenlo reposar cuando vean el amor activo en su vida.»

Nunca seremos perfectos en este lado del cielo, y no debemos esperar serlo. Cuando no vivimos según los estándares de Dios, el perdón está a disposición (1:9). Pero para el corazón perdonado- pero-angustiado, Dios le da un mandamiento sencillo: Descansa en Mí.  —SV