Apesar de sus grandes discapacidades, Andrew parece estar listo para el éxito. La parálisis cerebral no le ha impedido sacarse buenas calificaciones. Ha vencido los desafíos del lenguaje par llegar a ser un orador persuasivo. Actualmente está disfrutando de su último año en la universidad y espera poder ingresar al ministerio pronto.
Su amor por el Señor y su profundo sentido de la paz son obvios a todos lo que lo conocen. Así que, ¿cuál es su secreto?
«Cambié cuando era un adolescente», dice. «Dejé de preguntarle a Dios por qué, y comencé a preguntarle qué.»
Andrew explicó, «Solía preguntarle a Dios por qué me habían sucedido todas estas cosas. ¿Por qué todo me era tan difícil? Pero luego comencé a preguntarle qué quería hacer a través de mí.»
La Biblia está plagada de ejemplos de personas que aprendieron a decir «qué» y no «por qué.» Eligieron seguir a Dios y hacer las cosas que le dan honra a Él. Y Dios, a Su vez, las honró a ellas.
José, tan seguro de sí mismo cuando era el hijo favorito de Jacob, aprendió a decir «qué» primero en la esclavitud, luego en la cárcel, y luego en el palacio como el segundo al mando (Génesis 37, 39–41).
Moisés aprendió a decir «qué» décadas después de huir del palacio. Regresó para enfrentarse al faraón y guiar a su pueblo sacándolo de la esclavitud (Éxodo 2–12).
Daniel, a pesar del cautiverio y el exilio a un país que hostil a Dios, le preguntó a su Señor, «qué» y se elevó a posiciones de prominencia bajo tres diferentes gobernantes paganos. (Puedes leer la mayor parte de su emocionante historia en los primeros siete capítulos de su libro profético).
Entonces, ¿cómo podemos los que seguimos a Jesús hoy saber «qué»? La Biblia está llena de consejos sobre ese tema. He aquí uno sencillo: «Si alguno . . . no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana.» (Santiago 1:26). El pasaje luego declara que la verdadera religión se ocupa de «los huérfanos y . . . las viudas en sus aflicciones» y se guarda sin mancha del mundo (v.27).
¿Tienes problemas? Estás en buena compañía. No preguntes por qué. En vez de ello, únete a Andrew y a los héroes del Antiguo Testamento preguntándole a Dios, «¿qué?.» —TG