El 29 de setiembre de 1909, a las 10:18 a.m., un joven tomó vuelo en una máquina de aspecto extraño que se veía como un ave hecho de cajas. Mientras ganaba altitud, el piloto manipulaba las palancas para viajar sobre el puerto de Nueva York.

Los inmigrantes en la Isla Ellis miraron al cielo y hablaban emocionados acerca de lo que habían visto. Las embarcaciones en el puerto celebraron el momento haciendo sonar sus silbatos de vapor. Cientos de personas salieron de los edificios a la calle estirando sus cuellos para echarle el primer vistazo a una máquina voladora más pesada que el aire.

Luego, con una grácil curva, el aeroplano comenzó a volar en círculos alrededor de la Estatua de la Libertad. Las multitudes explotaron en vítores ante el espectáculo. Lo imposible se había hecho posible. Con imaginación e infatigable experimentación, Wilbur y Orville Wright habían conquistado el aire.

Si bien la mayoría de nosotros estamos familiarizados con la historia del primer vuelo de los hermanos Wright cerca de Kitty Hawk en 1903, muy pocas personas están al tanto del hogar en el que los hermanos crecieron, el cual tenía un profundo compromiso cristiano. Su padre, Milton Wright, era un ministro protestante, y uno de los muchachos ayudaba a su padre en la edición de la carta circular denominacional. Y a pesar del gran compromiso que tenía para con su propio trabajo, el Rev. Milton Wright alentó a sus muchachos a perseguir su sueño — inventar un aeroplano.

Podemos aprender una lección del Pastor Wright. En el proceso de discipular a los demás, tenemos que resistir la tendencia a hacer de ellos una nueva versión a nuestra propia imagen. El hacer discípulos está diseñado para ayudar a los demás a seguir a Jesús en obediencia. Pero el talento y el llamado de cada persona es diferente (1 Corintios 12:4-5). Debido a esto, debemos estar en oración por los demás para encontrar su nicho dentro del plan divino de Jesús.

Pablo escribió, «Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada» (Romanos 12:6). No esperemos que los demás se vuelvan una copia de nosotros mismos. En vez de ello, podemos alentarlos a tomar vuelo con sus propios dones dados por Dios.  —HDF