Fui a la caja, pagué por mi boleto, me di la vuelta para entrar en el edificio — ¡y allí estaba la Princesa Diana! Aun cuando estaba hecha de cera (y la verdadera Diana murió hace años), la figura era tan real que me quedé sin aliento. Entré en el museo de cera y tuve muchas reacciones tardías. Mel Gibson saludaba a sus admiradoras desde la alfombra roja. Buffy la Cazavampiros desafiaba a toda criatura nocturna de sangre fría a que se le acercara. Tiger Woods golpeaba la bola. Bono tomó el  escenario listo para «seguir su camino» («walk on») «en el nombre del amor» («in the name of love») en este «hermoso día» («beautiful day»).

Pero a diferencia de las versiones reales, aquellas estrellas de cera siguen allí — congeladas en esas mismas posiciones. Ese Tiger Woods jamás meterá la bola; esa Buffy nunca les pateará el trasero oa algún vampiro. Ninguno de ellos será jamás el original de la vida real en los que se basa. No tienen vida. Están muertos.

Y así estábamos tú y yo . . . antes de convertirnos en seguidores de Jesús. Estábamos muertos en nuestro egoísmo y nuestro obrar mal (Efesios 2:1). Estábamos vacíos. Éramos sombras sin vida de lo que Dios quería que fuésemos. Pero por medio de la victoria de Jesús sobre la muerte y nuestra fe en Él como nuestro Salvador, ¡hemos cobrado vida! El poder que resucitó a Jesús de la muerte física es el mismo poder que tenems dentro de nuestros cuerpos mortales (Romanos 8:11).

Ya no estás congelado en tu impotencia, en tu desesperanza. Ya no estás controlado por la fría oscuridad del pecado. ¿Seguirás luchando con el pecado? Sí. Pero la presencia de Dios en tu corazón y en tu vida te da el poder para vencerlo. Tu alma lleva Su luz contigo dondequiera que vayas. Y esa luz te da vida — aun cuando estés rodeado por aquéllos que siguen en tinieblas, aquéllos cuyas almas están muertas.

Deja que Su luz brille a través de tus palabras y tus acciones. No vivas sólo como una réplica congelada de lo que tu Salvador quiere que seas. Él te dio Su propia luz —Su propia vida— para que uiere que seas. Él te dio Su propia luz —Su propia vida— para que pudieras «tener vida, y para que la tengas en abundancia» (Juan 10:10). ¡Estás vivo en Jesús!  —TC