Cuando le pidieron a Josué que cantara en una iglesia que visitaba, le encantó participar, aunque le habían avisado solo unos minutos antes de empezar la reunión. Eligió un himno conocido, A Dios sea la gloria, porque era sumamente significativo para él. Lo ensayó algunas veces en el sótano de la iglesia y lo cantó sin acompañamiento musical durante el culto.
Varias semanas después, se enteró de que a algunas personas de la iglesia no les había gustado su participación, ya que pensaron que había sobreactuado y que quería lucirse. Como no lo conocían, supusieron erróneamente que estaba cantando para impresionarlos y no para honrar al Señor.
El Antiguo Testamento nos enseña que Dios designó personas talentosas para participar en la adoración en el templo. Desde los constructores hasta los líderes de la adoración, todos fueron elegidos según sus habilidades (1 Crónicas 15:22; 25:1, 7).
El Señor nos ha dado diferentes talentos y dones espirituales a cada uno para que los utilicemos para su gloria (Colosenses 3:23-24). Cuando servimos con ese propósito y no para exaltarnos personalmente, no debemos preocuparnos de lo que piensen los demás. Dios nos ha dado lo mejor de Él, su Hijo Jesucristo, y nosotros debemos honrarlo dándole lo mejor de nuestra parte.