Una mañana, me desperté y descubrí que no funcionaba la conexión a Internet. Mi proveedor del servicio hizo algunas pruebas y llegó a la conclusión de que debía cambiar el módem, pero no podrían venir a hacerlo hasta el día siguiente. ¡Me causó cierto pánico pensar que estaría sin conexión durante 24 horas! Me dije: ¿Cómo voy a sobrevivir?
Después, me pregunté: ¿Acaso también me produciría pánico si mi conexión con Dios se interrumpiera durante un día? Nuestra conexión con Él se mantiene en la medida en que pasemos tiempo en su Palabra y orando. Entonces, tenemos que ser «hacedores de la Palabra» (Santiago 1:22-24).
El escritor del Salmo 119 reconocía la importancia de estar conectado con Dios. Le pidió que le enseñara sus estatutos y que lo hiciera entender su ley (vv. 33-34). Más tarde, oró para poder cumplirla de todo corazón (v. 34), andar en los mandamientos divinos (v. 35) y quitar su mirada de las cosas intrascendentes (v. 37). Al meditar en la Palabra de Dios y, luego, aplicarla, el salmista se mantenía «conectado» con Él.
El Señor nos ha dado su Palabra para que sea como una lámpara que alumbre nuestros pies y una luz que ilumine nuestro camino, para guiarnos a Él.