En un viaje que hice con un coro de una escuela secundaria cristiana, me encantaba ver a los alumnos alabando a Dios con cánticos de adoración en las iglesias que visitamos. Lo que sucedió fuera de una reunión fue aun mejor. Un día, vieron que una mujer no tenía dinero para comprar combustible; entonces, espontáneamente, sintieron que Dios los guiaba a recolectar dinero. Pudieron darle suficiente como para que llenara el tanque varias veces.
Una cosa es adorar y alabar a Dios en la iglesia, pero otra muy distinta es trasladarse al mundo real y hacerlo mediante la obediencia cotidiana.
El ejemplo de los estudiantes nos lleva a pensar en nuestra vida: ¿limitamos la adoración a la iglesia o seguimos practicándola al obedecerlo cada día y buscar oportunidades de servicio?
En 1 Samuel 15, vemos que el Señor le pidió a Saúl que hiciera algo; sin embargo, cuando analizamos su proceder (vv. 20-21), descubrimos que usó la adoración (el sacrificio) como una excusa para desobedecerlo. Dios respondió: «… Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios…» (v. 22).
Está bien adorar en la iglesia, pero pidámosle a Dios que nos muestre cómo seguir alabándolo como merece con nuestra obediencia.