Luego de varios intentos infructuosos por acceder en línea a mi cuenta en una línea aérea, apareció un mensaje informándome que se me había negado la entrada por azones de seguridad. No podría volver a intentarlo hasta que hubiese solicitado una nueva contraseña y la recibiese por correo. Esto hizo que me sintiera realmente tonto y casi podía escuchar a mi computadora cantar un antiguo éxito musical que estuvo en la lista de los Primeros 40, «Te escucho tocar, pero no puedes entrar.»
¿Cuántas contraseñas tienes? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Más? En una época de tecnología acelerada, muchas personas barajan una docena de diferentes contraseñas y PINs para todo, desde tarjetas ATM hasta notas estudiantes. Los asesores de seguridad nos dicen que tengamos una contraseña diferente para cada cuenta y que las cambiemos a menudo para frustrar a los piratas cibernéticos (hackers) y evitar el robo de identidad. Ya no es raro visitar un sitio favorito en la Red y que nos olvidemos cómo ingresar.
Tal vez debido a ello, me llamó la atención esta traducción contemporánea de Salmos 89:15, «Bienaventurados los que conocen las contraseñas de la alabanza, que en formación gritan en la brillante presencia de Dios» (El Mensaje).
Un tema común que se encuentra en toda la Biblia se resume bellamente en Salmos 100:4, «Entrad por sus puertas con acción de gracias, y a sus atrios con alabanza. Dadle gracias, bendeci su nombre.»
Estas contraseñas no son un código secreto que nos da acceso a Dios, sino una manera apropiada de entrar a Su presencia. Muy a menudo cuando inclinamos nuestras cabezas para orar, nuestras primeras palabras son “Necesito”. Cuánto mejor sería comenzar diciendo, «Señor, Tú eres.»
En un sentido, es reconociendo quién es Dios que nos acordamos de quiénes somos — «pueblo suyo . . . y ovejas de su prado» (v.3). Debido a que nos hizo y nos dio vida por medio de Su Hijo Jesús, tenemos el privilegio de acercarnos a Él.
Señor, Tú eres bueno y fiel; Tú nos has hecho; Tu amor perdura para siempre. «Bienaventurados los que conocen las contraseñas de la alabanza.» —DCM