«Una cachetada en la cara.» Eso fue lo que dijo un jugador de básquetbol profesional con un año por delante en su contrato de $12 millones al año de la negativa de su equipo a contratarlo para un nuevo acuerdo a largo plazo. Otro equipo de estrellas del aro le brindó un jet para llevarlo a algunas apariciones legales fuera de la ciudad, y todo lo que el jugador pudo hacer fue quejarse porque el avión no estaba a la altura de sus estándares altaneros. El orgullo y la arrogancia continúan siendo aceptados y casi es algo que se espera entre las personas famosas.
Contrasta esas actitudes con el enfoque que tomó el apóstol Pablo.
Él fue elegido por Dios para que escribiera largas porciones del Nuevo Testamento en la Biblia, el libro más importante jamás escrito. A Pablo se le considera el misionero más grande en la historia del cristianismo. Su ejemplo de abnegación por el evangelio no tiene par.
Pero escucha lo que escribió acerca de sí mismo: «Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol» (1 Corintios 15:9). ¿En qué estaba pensando? Debió haber estado llamando a su agente para pedir un contrato de tres años por cinco millones de siclos de la iglesia en Corinto.
Pablo, y no las estrellas de la NBA arriba mencionadas, debe ser nuestra guía para verificar nuestra actitud. Él tenía la perspectiva correcta. Sabía que no merecía nada y que lo había recibido todo. Sabía que su pecado demostraba que no era mejor que cualquier otro. (Pablo estaba especialmente consciente de ello a la luz de su antigua persecución de los cristianos). Se dio cuenta que es Dios quien merece la gloria — no un simple hombre.
Demasiado a menudo seguimos el ejemplo para nuestras actitudes de algunas personas famosas que no hacen nada más que jugar un partido o pronunciar líneas en una película.
Copiamos sus expresiones de tener derecho y egocentrismo.
En vez de ello estudiemos a Pablo. Copiémoslo. Valoremos la humildad, la piedad, y el sacrificio. Ya sea que prediquemos o nos sentemos en la banca, seamos presidentes u obreros. Salteemonos la charada del Sr. Gran Fanfarrón y démosle a Dios toda la gloria. —JDB