En una conferencia de hombres cristianos, hablé con un viejo amigo que me había alentado y enseñado durante años. Lo acompañaban dos jóvenes chinos, nuevos en la fe, y profundamente agradecidos por su amistad fiel y su ayuda espiritual. Clyde, de casi 80 años y con un entusiasmo rebosante, declaró: «Nunca he estado más entusiasmado de conocer y amar a Cristo que ahora».

La carta de Pablo a los filipenses revela un corazón y un propósito que el tiempo jamás hizo decaer: «a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte» (Filipenses 3:10). La raíz de la relación del apóstol con Cristo produjo ese fervor permanente de guiar a otros a poner su fe en Él. Se regocijaba al compartir el evangelio y lo animaba que otros cobraran valor al seguir su ejemplo (1:12-14).

Si nuestra meta no es más que servir al Señor, tal vez nos agotemos. Pero si nuestro propósito, como el de Pablo, el de Clyde y el de muchos otros es conocer a Cristo y amarlo, descubriremos que Él nos concederá la fuerza para darlo a conocer a otros. ¡Sigamos siempre avanzando con gozo en el poder del Señor!