Mi amigo Bryce ha tenido algunas experiencias interesantes trabajando como oficial de la policía. Recientemente, encendió sus luces intermitentes e hizo detenerse a un automóvil porque la persona que conducía parecía ser menor de edad.

Bryce comenzó a hacerle preguntas al conductor y luego le pidió que saliera de su vehículo. El ciudadano, quien llevaba una gorra de béisbol, apenas si le llegaba a la cintura del oficial de policía. Parecía de unos nueve, tal vez diez años de edad .

Pero el conductor mostró una licencia de conducir que indicaba que, en efecto, tenía el derecho a operar su automóvil. De hecho, ¡tenía 32 años de edad! Mi amigo se disculpó por haberlo hecho detenerse y lo dejó seguir su camino. La enfermedad genética del conductor había engañado a Bryce y lo hizo volverse suspicaz.

¿Cuán a menudo juzgamos mal a las personas simplemente por su apariencia? El género, el tamaño, el color de la piel, y los rasgos faciales de una persona pueden hacer que nos volvamos suspicaces en cuanto a quién es y qué se trae entre manos.

Ahora bien, no estoy hablando acerca de hacer uso de tus poderes de observación saludables para evitar a las personas que son peligrosas. Pero las opiniones malsanas, prejuiciadas, y sentenciosas de las personas no tienen lugar en la vida de un seguidor de Jesús.

A menudo, el orgullo es la razón por la que tenemos la idea equivocada de las personas que se ven diferentes. Es el mismo tipo de orgullo que manifestaron los constructores de la torre de Babel cuando dijeron, «hagámonos un nombre famoso» (Génesis 11:4). Estaban centrados en ellos mismos en vez de estarlo en Dios.

Entonces, ¿qué hizo Dios? Les dio a nuestros antiguos ancestros nuevos idiomas para confundirlos y evitar que siguieran su curso pecaminoso y arrogante. Luego, los «dispersó el SEÑOR sobre la faz de toda la tierra» (v.9).

Olvidamos algo cuando juzgamos a los demás por la manera en que se ven. Todos nosotros somos pecaminosos. Todos nosotros provenimos de una letal tradición de orgullo. Y —como nota positiva— ¡todos nosotros hemos sido hechos a la imagen de Dios! (1:26).

Si estamos juzgando a las personas sobre la base de cómo Dios las diseñó, es tiempo de volver a mirar. Todos hemos sido cortados de la misma tela.  —TF