Todos tenemos remordimientos. A menudo, nos deslizamos en senderos de malas decisiones (algunos más largos que otros) que pueden dejar secuelas en la mente, el cuerpo y el alma.
Un amigo mío pasó años hundido en el alcohol y las drogas. Pero Dios hizo una obra asombrosa en su vida, y hace poco, celebró 25 años de haberse liberado de esas adicciones. Ahora dirige una empresa exitosa, tiene una esposa dedicada e hijos que aman a Cristo. Su pasión es alcanzar a otros que han caído en las profundidades del pecado, y trabaja como un sabio y tierno consejero en esa labor de rescatar vidas.
¡Dios nunca baja los brazos! Aunque en el pasado hayamos tomado malas decisiones que nos pesan, ahora podemos decidir cómo vivir: seguir en el camino de la destrucción, revolcarnos en el remordimiento, o acudir a Cristo, creyendo que Él puede «[restituir] los años que comió la oruga» (Joel 2:25). Cuando nos arrepentimos y buscamos que nos sane y nos libere con su poder, el Señor es misericordioso.
Aunque perduren algunas secuelas del pasado, ¡podemos estar seguros de que Dios tiene un futuro bueno y glorioso para los que confían en Él!