James Madison, el cuarto presidente de Estados Unidos, tuvo un papel decisivo en la redacción de la constitución de ese país. Advirtió sobre no elaborar leyes «tan extensas que no puedan leerse o tan incoherentes que no se entiendan». En vista de algunos complicados formularios gubernamentales que he leído, ¡sería necesario que esa advertencia se tuviera en cuenta más a menudo!
A veces, cuando compartimos el evangelio, lo complicamos más de lo necesario. Gracias a Dios, la Biblia presenta la buena noticia de la salvación con un lenguaje claro y fácil de entender. Jesús le dijo a Nicodemo, un fariseo instruido, que «… de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Más tarde, agregó: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (14:6). Con un lenguaje sencillo, el apóstol Pablo le respondió al carcelero de Filipo, quien había preguntado qué hacer para ser salvo: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…» (Hechos 16:31).
La preciosa historia del amor de Dios es sencilla: Él envió a su Hijo a rescatarnos del pecado y de la muerte. Esta es una noticia maravillosa que aun los niños pueden entenderla.