El neurólogo estaba tratando a un paciente que había sufrido un ataque de apoplejía masivo. A medida que pasaban los días, se dio cuenta que el hombre no sobreviviría. El corazón del doctor estaba apesadumbrado. Temía que su paciente jamás había aceptado a Jesús como su Salvador.

Así comenzó a hablarle, compartiéndole con tacto cómo Dios había cambiado su propia vida. Cada día, el hombre perdía más sus capacidades. Pronto ya no podía mover las piernas,  luego los brazos. El doctor insistía, tratando de comunicar el amor de Dios. Pero el enfermo no sentía deseos de admitir una necesidad de Dios.

Finalmente, el paciente ya no podía ni hablar. Su único medio de comunicación era abriendo y cerrando los ojos para responder a preguntas que se respondieran simplemente con un sí y un no.

Cuando tanto el medico como el paciente se dieron cuenta que la muerte estaba cerca, el doctor le dijo una última vez, «No le queda mucho tiempo. ¿No le gustaría recibir a Jesús ahora mismo y tener la certeza que va a ir al cielo? . . . Parpadee una vez para decir que sí. Parpadee dos veces para decir que no.»

Esperó, observando al hombre desesperadamente enfermo luchar por dar una respuesta. Los ojos del hombre se fijaron en los del esperanzado doctor y parpadearon una vez . . . y luego una segunda vez.

Cuando mi amigo, Jim, el bondadoso medico, me contó esta historia, todavía seguía atribulado. Dijo, «¡Lo más fácil para él era parpadear una vez! Tuvo que hacer un esfuerzo adicional para parpadear dos veces — para rechazar tercamente a Dios hasta el mismo final.»

Esto me recuerda a los dos ladrones que fueron crucificados junto a Jesús. Uno creyó y recibió la promesa de la vida en el paraíso (Lucas 13:40-43). El otro se burló de Jesús. Aunque sabía que estaba muriendo, echó por la borda su última oportunidad para la vida eterna (v. 39).

Para aquéllos que lo reciben, Jesús ha hecho esta promesa: «En verdad, en verdad os digo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24).  —CK