Hace poco, leí sobre Aron Ralston, un excursionista que quedó atrapado solo en el fondo de un remoto cañón. Con escasas posibilidades de que lo encontraran y casi sin fuerzas, tuvo que tomar medidas drásticas para sobrevivir. En un momento de dolor insoportable, dio un grito agónico y de triunfo, ya que se había liberado y tendría la posibilidad de escapar y seguir viviendo.
Aquellos que presenciaron la crucifixión de Jesús vieron sus horas de agonía y lo oyeron clamar en alta voz: «… consumado es…», mientras entregaba su espíritu (Juan 19:30). Sus últimas palabras desde la cruz no fueron una exclamación de dolorosa derrota, sino un grito de triunfo, porque había completado todo lo que el Padre lo había enviado a hacer.
Cuando Jesús murió, participó de todo lo que nosotros debemos experimentar. Pero mucho más allá de eso, hizo lo que ninguno de nosotros puede hacer: pagó el precio por nuestros pecados, para que podamos ser perdonados y tener vida eterna por medio de la fe en Él.
«Consumado es» fue el grito de victoria del Señor Jesucristo, porque ahora, a través de Él, podemos escapar del poder del pecado, vivir y ser libres.
Gracias al sacrificio del Señor por nosotros y su victoria sobre el pecado, podemos llamar este día Viernes Santo.