Las mujeres están dejando su impronta en un campo que en gran parte ha sido dominio del hombre — la industria de la muerte. Más y más mujeres están matriculándose en escuelas mortuorias y convirtiéndose en directoras de pompas fúnebres. El director de una escuela de pompas fúnebres dice, «Parece algo bastante natural para las mujeres. Quieren ayudar a las personas en un momento realmente importante.»

El interés de las mujeres en el negocio de los entierros puede parecer algo nuevo, pero en muchas culturas, las mujeres siempre han desempeñado un papel clave en la preparación de los cuerpos para la sepultura — incluyendo a las mujeres que quisieron darle al cuerpo de Jesús el cuidado que merecía. Ellas observaron cuando se lo llevaron de la cruz y lo colocaron en una tumba, luego «prepararon especias aromáticas y perfumes» para ungir Su cuerpo (Lucas 23:56). Y no iban a dejar que algo que fuera tan poca cosa como una gran roca se interpusiera en su camino. Ellas vinieron preparadas con sus suministros, esperando encontrar a alguien que moviera la piedra.

Según como resultaron las cosas, la roca no fue un problema. Ya había sido quitada — ¡Y Su cuerpo ya no estaba!  No había necesidad de cuidar de los muertos, ¡porque Jesús  estaba vivo! (24:4-6).

Aquellas mujeres no comenzaron a preocuparse por Jesús sólo después de Su muerte. El amor de ellas por Él comenzó cuando recién lo conocieron, cuando lo escucharon hablar, cuando creyeron que Él era su Salvador. «Le seguían y le servían» cuando Él estaba en Galilea (Marcos 15:41). Lo habían observado cautivar el corazón de las multitudes con Sus poderosas palabras, lo habían observado sanar a los ciegos y a los cojos, y lo habían observado morir una muerte horrible. Su deseo de cuidar Su cuerpo era su último acto de devoción. ¡Pero en vez de ello lo volvieron a ver vivo!

El mismo Salvador que vieron resucitado también es nuestro Salvador. Él sigue vivo. Y nuestra devoción a Él nunca debe terminar. Él nunca nos dejará.  —TC