Hace muchos años, cuando un joven amigo nos pidió prestado el automóvil, mi esposa y yo dudamos un poco al principio. Era nuestro coche. Nos pertenecía y dependíamos de él. Pero de inmediato, sentimos que debíamos compartirlo con él porque sabíamos que Dios deseaba que nos ocupáramos de los demás. Entonces, le dimos las llaves y fue a una iglesia a unos 45 kilómetros, para dirigir una conferencia juvenil. El Señor utilizó la reunión para que los jóvenes conocieran a Cristo como Salvador.
Jesús les mandó a sus discípulos que tomaran un asno de otro hombre. El Hijo de Dios les dijo: «Desatadlo y traedlo» (Marcos 11:2). Si alguien les reclamaba, debían aclarar: «El Señor lo necesita», y les permitirían llevarlo. Sobre ese pollino, el Señor Jesucristo entró en Jerusalén, en lo que hoy denominamos Domingo de Ramos.
Este hecho tiene una lección para nosotros. Todos tenemos cosas que apreciamos profundamente. Tal vez hemos pensado: Jamás podría desprenderme de esto. Quizá sea un automóvil nuevo, un abrigo, alguna otra posesión o nuestras preciosas horas libres durante la semana. ¿Estaremos dispuestos a entregar algo que tenemos cuando una persona evidentemente lo necesita?
Si sientes que el Espíritu Santo está hablándote, entrega tu tiempo o tus bienes, tal como aquel hombre le dio su animal a Jesús. ¡El Señor será entonces glorificado como merece!