Todos los años, en marzo, la carrera Iditarod Trail se lleva a cabo en Alaska. Los conductores sobre sus trineos tirados por perros especiales recorren casi 1.700 kilómetros desde Anchorage hasta Nome. Los equipos competidores cubren esta gran distancia en un lapso de entre 8 y 15 días. En el 2011, John Baker batió el récord al tardar 8 días, 19 horas, 46 minutos y 39 segundos en completar el trayecto. El trabajo de equipo entre los perros y el conductor es extraordinario, y los participantes se esfuerzan tremendamente para vencer. El ganador recibe dinero y una camioneta nueva como premio. Pero después de tanta constancia en condiciones climáticas extremas, los elogios y los galardones tal vez parezcan insignificantes y efímeros.
La emoción de una carrera era un concepto conocido para el apóstol Pablo, pero él utilizó la competición para ilustrar un concepto eterno. Escribió: «Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible» (1 Corintios 9:25 lbla).
A veces, somos tentados a darles importancia a las recompensas terrenales, las cuales perecen con el paso del tiempo. Sin embargo, las Escrituras nos instan a centrarnos en algo más trascendente. Honramos a Dios al producir un impacto espiritual que será recompensado en la eternidad.