La diferencia entre el elogio y la adulación suele ser la motivación. Un elogio aprecia de manera genuina una cualidad o una acción de otra persona, mientras que el objetivo de la adulación es, habitualmente, aprovechar la situación al ganarse el favor de otra persona. Los elogios buscan animar; la adulación, manipular.
En el Salmo 12, David se lamenta de su entorno social, donde las personas fieles y piadosas habían desaparecido, y en su lugar, había otras que hablaban mentiras «con labios lisonjeros, y con doblez de corazón» (v. 2). Habían declarado: «Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de nosotros?» (v. 4).
Sería bueno preguntarnos: ¿de quién son mis labios? cuando somos tentados a elogiar falsamente para conseguir lo que queremos. Si soy dueño de mis labios, puedo decir lo que me plazca. Pero si le pertenecen al Señor, mi vocabulario reflejará sus palabras, las cuales el salmista describe como «limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces» (v. 6).
Quizá una manera apropiada de mostrar a quién le pertenecen nuestros labios sería empezar cada día con la oración de David, plasmada en otro salmo: «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, roca mía, y redentor mío» (Salmo 19:14).