Los padres amorosos saben que cuando un hijo rompe ciertas reglas, no hay debate al respecto — debe haber consecuencias rápidas e inevitables.
El hijo de mi amiga había bajado a toda velocidad por una colina montado en su bicicleta e ignoró la señal de pare en el cruce de la calle. Se le castigó quitándole la bicicleta por una semana — sin discusiones. Su mamá estaba molesta de que él hubiese hecho algo tan peligroso deliberadamente. Su desobediencia fue demasiada para que ella la pasara por alto a la ligera.
La desobediencia de Uza también tuvo consecuencias ineludibles. Cuando los israelitas estaban trayendo de vuelta el arca del pacto, Uza extendió su mano para sostenerla. Cuando tocó el arca de Dios, murió de inmediato.
Es fácil preguntarse por qué Dios se molestó tanto con Uza, un hombre quien aparentemente estaba tan sólo tratando de ayudar. Pero fue el orgullo lo que hizo que él extendiera su mano hacia el arca. Él pensó que podía evitar la restricción dada por Dios (Éxodo 25:12-15) y que de alguna manera Dios lo «necesitaba» para ayudar a sujetar el arca.
Nuestro orgullo también es la fuente de nuestra desobediencia a Dios, y puede acarrear algunas consecuencias graves. Las relaciones rotas, la pérdida de un empleo, la enfermedad, e incluso la muerte son sólo unas cuantas maneras en las que puede que tengamos que sufrir si tratamos de hacer que la vida funcione sin depender de Dios, ni vivir en humildad y obediencia a Él.
Es importante tener una comprensión total de lo que Uza hizo. Él desobedeció a Dios, quien es bueno, compasivo, misericordioso y amoroso. También es santo. Él es Dios. Él tiene el control — no nosotros. Él hace las reglas, no nosotros.
Está tan claro para nosotros como lo debió haber estado para Está tan claro para nosotros como lo debió haber estado para Uza — hemos de seguir el plan de Dios en obediencia. Vivamos en humildad y obediencia delante de nuestro Dios Creador. —AS