En junio pasado, se encontró a un gallo paseándose ufano dentro de uno de los restaurantes de una cadena de comida rápida especializada en pollo, en Carolina del Sur.

Los empleados del establecimiento de comida rápida, no tenían idea de cómo el ave había ingresado al restaurante. Sin embargo, ¡les pareció gracioso que el «Pequeño Truett» escogiera un lugar que vende pollo!

Un bombero le dijo al gerente, Brett Swanson, que había visto al gallo cruzar una carretera cerca del restaurante el día anterior. (¡Oigan! ¡Ahora sabemos por qué el pollo cruzó la calle! Perdón . . .).
La historia del Pequeño Truett es graciosa. Pero, en realidad, puede que estemos imitando al ave. No es que se nos haya visto recientemente paseándonos ufanos entre sobresaltados clientes en algún restaurante local. Pero puede que hayamos pasado tiempo dentro de algún lugar conocido por destruir a las personas — la casa del compromiso.

Todo comienza de una manera tan sencilla. Vemos dentro de la «casa» y parece tan atrayente. Abrimos la puerta sólo un poquito (imagínate al Pequeño Truett) y de repente — ¡cataplún! — estamos dentro. Hemos comprometido nuestra moral . . . nuestras creencias.
Cómo evitamos esta trampa?
En 2 Corintios 6:14-15, Pablo nos dio algunos contrastes interesantes para ayudarnos a entender mejor cómo nos comprometernos espiritualmente.

• La justicia vs. la maldad. Cualquier relación, ya sea temporal o permanente, que nos hace desviar nuestros ojos de Jesús y de Su justicia debe evitarse.

• La luz vs. las tinieblas. Si nos comprometemos, estamos permitiendo que la luz de Dios sea debilitada por las tinieblas  del mundo.

• Cristo vs. Belial (Satanás). Al comprometernos y entrar en estrechos lazos con incrédulos, enfrentamos un dilema. Nosotros servimos a Jesús. Ellos no. Ellos no tienen los valores, las normas, y las metas por las que nosotros vivimos. ¿Testificarles? Sí. ¿Tenderles la mano en amor? Definitivamente. Pero no estemos «unidos en yugo desigual» (v. 14).

Tenemos que mantener la puerta del compromiso cerrada. Considera estas palabras: «Somos el templo del Dios vivo» (v. 16). En toda relación, compara esas palabras con la dirección hacia donde la otra persona te está llevando.
El viaje con Jesús requiere que no veamos comprometidos.  —TF