Para ir del punto A al punto B de manera seguro, tienes que ir por dónde estás yendo. Supón que alguien en Oklahoma City, Oklahoma, decidiera hacer en viaje por tierra por la carretera  I-35 hacia Dallas, Texas. Sin embargo, en vez de mirar hacia delante, el conductor decide mantener los ojos puestos en el espejo retrovisor, para poder ver dónde ha estado. Probablemente, ese conductor nunca llegue a Dallas. De hecho, es muy posible que por no prestar atención a la carretera, termine en un accidente grave, si no fatal.

Obviamente, mirar hacia adelante mientras se conduce es algo vital para la supervivencia. Cuando los conductores miran hacia delante, ven las curvas, los recodos, y las vueltas en el camino y pueden hacer los ajustes que sean apropiados. Ven las señales en la carretera que les indican en qué dirección deben ir, qué salidas deben tomar, y cuántos kilómetros deben conducir hasta llegar a su destino final. Mantener los ojos puestos en la carretera también les permite a los conductores ver los desvíos, los escombros, los venados, o los callejones sin salida.

Nos encontramos en un viaje espiritual — un viaje en el que necesitamos centrar nuestros ojos «hacia adelante» (Proverbios 4.25). Desafortunadamente, hay momentos cuando tratamos de avanzar al mismo tiempo que miramos hacia nuestro pasado. Nos centramos atentamente en los muchos errores que hemos cometido — grandes y pequeños. Pasamos tiempo pensando en cómo hemos decepcionado a los demás y a Dios. Tal comportamiento es extremadamente peligroso, hablando espiritualmente.

Elegir mirar hacia nuestro pasado nos impide poder recibir la dirección que Dios está tan dispuesto a darnos — hacia donde Él quiere llevarnos. No podemos ver Su camino, y en vez de ello encontramos cepos y trampas que nos impiden llegar a ser aquello para lo cual Dios nos creó.

Fijemos nuestros ojos en Jesús (Hebreos 12:2), dejando el pasado atrás (Filipenses 3:13), y perseverando (v. 14). Es la única manera de avanzar.  —Charity Carter, Illinois