Probablemente, Lea haya estado despierta toda la noche pensando en el momento en que su nuevo esposo despertara. Sabía que el rostro que esperaba ver no era el de ella, sino el de Raquel. Jacob había sido víctima de un engaño, y cuando se dio cuenta de que le habían dado «gato por liebre», rápidamente hizo un nuevo pacto con Labán para reclamar la esposa que le había prometido (Génesis 29:25-27).
¿Alguna vez te sentiste insignificante o como una segunda opción? Así se sintió Lea. Se ve en los nombres que escogió para sus primeros tres hijos (vv. 31-35). Rubén significa «vean, un hijo»; Simeón quiere decir «oída»; y Leví, «unido». Todos estos nombres eran juegos de palabras que indicaban la falta de amor que sentía de parte de Jacob. Con el nacimiento de cada hijo, ella ansiaba desesperadamente ganarse el amor de su esposo y que el cariño de él aumentara. Pero lentamente, la actitud de Lea cambió y llamó a su cuarto hijo Judá, que quiere decir «alabanza» (v. 35). Aunque no se sentía querida por su esposo, tal vez después comprendió que Dios la amaba enormemente.
Nunca podemos «ganarnos» el amor de Dios, porque no depende de nuestras acciones. La verdad de la Biblia nos dice que «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). A los ojos del Señor, somos dignos de lo mejor que el cielo puede ofrecer: el regalo de su precioso Hijo.