Cuando nos acercamos a la celebración de la Pascua, empiezo a pensar en el sacrificio que hizo Jesús para que yo pudiera reconciliarme con Dios. Para concentrarme en todo lo que Él dejó por mí, hago un pequeño sacrificio personal. Cuando me abstengo de algo que normalmente me encanta, toda ansia de esa comida, bebida o pasatiempo me recuerda a cuánto más renunció Cristo por mí.
Como quiero tener éxito, suelo dejar algo que no me resulte sumamente tentador. Sin embargo, aun así, fracaso. Mi incapacidad para ser perfecta en algo tan pequeño me recuerda la gran importancia de la Pascua. Si pudiéramos ser perfectos, Jesús no tendría que haber muerto.
El joven rico con quien se encontró el Señor en un sendero de Judea estaba tratando de ganar la vida eterna siendo bueno. Pero Jesús, como sabía que aquel hombre nunca sería lo suficientemente bueno, declaró: «Para los hombres es imposible, mas para Dios, no» (Marcos 10:27).
Aunque renunciar a algo no hace bueno a nadie, sí nos recuerda que el único que posee esta cualidad es Dios (v. 18). Y es importante recordarlo, porque el sacrificio de un Dios bueno y perfecto es lo que hace posible nuestra salvación.