Un amigo mío lleva a sus dos hijas a jugar en el parque cerca de su casa casi todas las tardes. Papá observa mientras la hija mayor monta su bicicleta alrededor del parque con su hermana sentada detrás. El padre ha advertido a la niña mayor que no pedalee lejos de la vista de él. Sin embargo, la niña traviesa a menudo no presta atención a las palabras de papá.
Un día, mi amigo decidió enseñarle una lección a su hija mayor. Cuando las niñas se fueron pedaleando, él se escondió de tal modo que no lo pudieran encontrar. Al principio, las niñas estaban felices en la bicicleta. Pero cuando de repente se dieron cuenta que papá no estaba a la vista, la niña mayor entró en pánico y comenzó a llorar. Pensaba que ella y su hermana estaban perdidas.
Ésa fue la entrada para que el padre saliera de su escondite. Abrazó a sus niñas, y les explicó por qué había hecho su acto de desaparición. La siguiente vez que estuvieron en el parque, las niñas no pedalearon demasiado lejos. La niña mayor le sonreía a su padre y decía, «Papi, hoy estoy siendo tu hijita obediente».
Este incidente me recuerda la manera en que Dios nos disciplina como un padre disciplina a su hijo. Puede que algunas veces parezca como si Él hubiese desaparecido de nuestras vidas. Pero en realidad, nos hemos alejado de Dios y Él nos ha dejado para que nos las arreglemos solos. Él aparta la bendición de Su rostro. Lo hace para que podamos aprender nuestra lección y dejemos de ir por nuestra cuenta.
En Hebreos 12 se nos insta, «Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (v. 5-6). Más bien, debemos centrarnos en el hecho de que Su disciplina moldea nuestro carácter (vv. 10-11).
Cuando pasamos por pruebas o tentaciones siempre debemos mirar a Dios y preguntarle qué es lo que Él quiere que aprendamos. Puede que tales momentos sean dolorosos pero sólo por un corto período de tiempo. Si respondemos de la manera correcta, nos ayudará a madurar en nuestra fe. —JL