Cuando el escritor Robert Louis Stevenson llegó a Samoa, lo invitaron a pronunciar un discurso ante estudiantes que estaban capacitándose para el pastorado en el Instituto Malua. Contó la historia de un profeta que llevaba un velo y que era un gran maestro y luz entre su pueblo. Llevaba el velo, dijo, porque su semblante era tan glorioso que nadie podía soportar ver su rostro. Finalmente el velo se desintegró y se cayó, revelando nada más que a un feo anciano.
En Filipenses 2, Pablo le quitó el velo al carácter de dos hombres: Timoteo y Epafrodito. Echemos una miradita debajo del velo de Timoteo. En el versículo 19, Pablo dijo que Timoteo estaba verdaderamente preocupado por las necesidades de los demás. El reino de Dios era su prioridad, y se pone de manifiesto cómo en primer lugar él se preocupaba por los demás. Cuando volvemos a levantar el velo, vemos a Timoteo viviendo una vida de coherencia ante los demás (v.22). Era tan bueno como aparentaba serlo. No había lugar para la duplicidad en su vida. Su vida privada y su vida pública estaban unidas en perfecta armonía.
Cuando levantamos el velo de Epafrodito, vemos que él demostraba lo que significaba vivir en comunidad cristiana. Era un hermano que se preocupaba por los demás, un colaborador que servía a los demás, y un soldado leal a los demás. También puso la causa de Cristo por encima de la suya propia. El texto dice que arriesgó su vida para ver a los demás llegar a ser nuevos y mejores seguidores de Jesús. Se comprometió a una vida de sacrificio y servicio. Puso el servicio antes que su seguridad personal.
¿Qué hay debajo de tu velo? Si lo levantáramos hoy, ¿qué encontraríamos? ¿Encontraríamos la fealdad del egocentrismo, los celos, egoísmo y el orgullo? ¿O encontraríamos la gloria del carácter a la imagen del carácter de Cristo demostrado a través del servicio desinteresado y sacrificado, y una vida consecuente? Tu ideal es lo que desearías ser. Tu reputación es lo que la gente dice que eres. Tu carácter es lo que eres en realidad. —MW