Era diciembre del año 2002, y mi unidad de la Guardia Nacional había sido movilizada para el despliegue a Bosnia. La 35ta. División llegó en febrero de 2003 y se adaptó a la rutina de la pacificación en la Base Águila, justo en las afueras de Tuzla. Uno de los lugares más animados era el culto del domingo en la capilla. Mi esposa Laury cantaba en el grupo de adoración, y yo tuve el privilegio de asistir al capellán sirviendo la comunión.
Todo esto cambió en abril cuando fui asignado temporalmente al Cuartel General de las Fuerzas de Estabilización (SFOR, siglas en inglés) en Sarajevo. Hacia fines del mes, esta asignación se hizo permanente y se hablaba de ampliar mi período de servicio de 12 meses a 16. Estaba separado de mi esposa, de mis amigos, de miunidad y de una gran comunidad cristiana. Estaba en un lugar adonde éramos afortunados de contar con cuatro personas para la adoración del domingo, incluyendo al capellán Johnstone. La sensación del aislamiento era abrumadora.
El cuartel general de SFOR ni siquiera contaba con un lugar dedicado para la capilla. En vez de ello, los cultos se celebraban en una habitación de sobra encima de uno de los clubes para soldados. La música la suministraba un estéreo portátil.
Sin embargo, esto no apagó el espíritu del capellán. Él creía firmemente que la celebración de la Palabra era importante cualesquiera fueran las circunstancias. De hecho, sostenía que adorar donde había pocos creyentes formaba parte de proclamar el mensaje de Dios a un mundo en necesidad: la misión global de la Iglesia. Cada servicio era especial, personal, y unió a nuestra pequeña comunidad de fe aún más.
A lo largo de los meses, la perspicacia del capellán Johnstone comenzó a dar frutos. Yo usaba el tiempo para estudiar y crecer en mi caminar de fe. Era evidente que el número de personas en el culto no era tan importante como la adoración. A pesar de que sólo cantábamos cuatro, la música del piso de abajo no podía apagar nuestras voces. No importaba que hubiera tan pocos físicamente presentes en la mesa del Señor. El Jesús resucitado estaba con nosotros en Sarajevo tal y como lo está dondequiera que estemos.
Incluso si sólo hay dos o tres personas reunidas en Su nombre, Jesús está allí. —Mark S. Johnston