El fuego griego era una solución química que se usó en las guerras del Imperio Bizantino contra sus enemigos. Según una fuente de Internet, se elaboró alrededor del 672 d.C., y tenía efectos devastadores; en especial, en las batallas marítimas, porque podía arder sobre el agua. ¿Qué era el fuego griego? Su composición sigue siendo un misterio. Era un arma militar tan valiosa que la fórmula se mantuvo en absoluto secreto… y se perdió con los avatares de la historia. En la actualidad, los investigadores continúan intentando repetir sin éxito esa antigua fórmula.
Sin embargo, una fuente de destrucción catastrófica entre los creyentes en Cristo no es un misterio. Santiago afirma que lo que arruina las relaciones interpersonales suele ser una clase de fuego sumamente diferente: «Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo» (Santiago 3:6). Esta enérgica declaración nos recuerda cuánto pueden dañar nuestras palabras a quienes nos rodean.
En vez de elaborar la clase de «fuego griego» verbal que destruye amistades, familias e iglesias, sometamos nuestra lengua al control del Espíritu Santo y permitamos que nuestras palabras glorifiquen al Señor.