El anillo. El trofeo. Es lo que todo atleta profesional te dirá que quiere. Es la meta de una carrera. Es la razón para todo ese duro trabajo. Es la gran culminación. Es la recompensa final. O no.
En realidad, ese campeonato grandioso y glorioso nunca trae el gozo absoluto que los atletas creen que traerá. Claro que es grandioso, pero existe cierta evidencia para sugerir que un campeonato es un honor fugaz y temporal, algo lejos de la recompensa final de la vida.
Tomemos como ejemplo la situación de uno de los miembros del equipo Pistons de Detroit, campeones de la NBA (Asociación Nacional de Baloncesto) de 2004. Uno pensaría que después de alcanzar esta meta «final», este jugador estaría lo suficientemente satisfecho como para quedarse por allí y disfrutar del título con sus compañeros de equipo. Pero en vez de ello, cuando otro equipo le ofreció más de $40 millones por cambiar de equipo, no dudó en hacerlo. Claramente, el campeonato no fue satisfacción suficiente. Él fue a la caza de otra recompensa escurridiza: las riquezas.
Corey Simon, jugador profesional de las Águilas de Philadelphia que jugó para la Universidad Estatal de la Florida cuando ganaron el título D-I de la Asociación Nacional Atlética Universitaria, dijo esto: «Cuando ganamos el campeonato nacional en la Universidad Estatal de Florida, el título en sí no brindó satisfacción alguna. Fue bueno hacer algo que muy pocos habían hecho alguna vez, pero eso no dura. Nada en este mundo puede satisfacer al corazón humano.»
Entonces, ¿en qué posición nos deja eso? ¿A estar destinados a una vida de insatisfacción? Si los campeonatos y las riquezas no pueden dar satisfacción, ¿qué puede darla? Irónicamente, lo opuesto a ganar campeonatos es lo que traerá la verdadera realización. Jesús, el gran Campeón de campeones, dijo: «Pero yo no busco mi gloria; hay Uno que la busca y juzga» (Juan 8:50). Entonces, lo que da la mayor satisfacción no es buscar la gloria terrenal para nosotros mismos sino luchar por dar gloria y honra a Dios. Claramente, no es suficiente que nuestro nombre sea elevado.
No hay nada de malo en ganar un título de la NBA, pero ni éste ni ningún otro honor terrenal tiene nada que ver con las recompenses finales de la vida. La verdadera satisfacción y el verdadero contentamiento los alcanzan los que, tal y como dijo Pablo, lo hacen «todo para la gloria de Dios.» (1 Corintios 10:31). —JDB