En su libro The Giver[El dador], Lois Lowry creó un valiente nuevo mundo adonde la comunidad había excluido las elecciones y le había dicho a sus residentes cómo habrían de vivir la vida. Jonás, de doce años, vivía en la gris comunidad utópica de «uniformidad». Pero cuando el Dador comenzó a compartir sus recuerdos con Jonás, el niño descubrió que estaba insatisfecho con su mundo:
«Si todo es lo mismo, ¡entonces no hay elecciones! ¡Yo quiero despertar en las mañanas y tomar decisiones! ¿Una túnica azul o una roja?» Se vio a sí mismo y vio la tela incolora de sus ropas. «Pero siempre es lo mismo.»
Dios creó un mundo de variedad, con colores, texturas, sabores y sonidos para que los disfrutemos. Cuando creó a Adán y Eva, pudo reproducir un producto idéntico una y otra vez. Pero no lo hizo.
Creó personas con diferentes personalidades, expresiones, características, facciones y temperamentos. Esas personas tenían la capacidad de sentir compasión, tristeza, frustración y felicidad. Y, a diferencia de Jonás, eran capaces de hacer elecciones.
Pero hay un lado oscuro en esa capacidad. Algunos podrían elegir ser crueles, hirientes y pecaminosos. Algunos podrían rechazar a Dios.
Dios pudiera haberse asegurado de que siempre tomáramos las decisiones correctas. Podría haberlo hecho tomando las decisiones por nosotros. Pero no lo hizo.
Dios no nos hizo para ser marionetas tirados por una cuerda ni robots marchando ciegamente hombro con hombro. Él no impone su voluntad sobre nosotros. Dios nos creó con una voluntad propia,dándonos la oportunidad de elegir si lo amaremos o no.
Sin eso, todos seríamos autómatas, actuando de una manera puramente mecánica. Dios quería una relación con criaturas que lo alabaran y lo amaran libremente. Él quiere que lo busquemos, y «palpando,» le hallemos (Hechos 17:27).
¿Nuestra elección? Amar, servir, y obedecer a nuestro Creador y Dios . . . o no. —CK