Una vez se le preguntó a Miguel Ángel qué estaba haciendo mientras cincelaba una roca sin forma. Él contestó: «Vi al ngel en el mármol y tallé hasta que lo liberé.» ¿No está Dios acaso en el mismo negocio? Él libera a pecadores como nosotros de nuestra vida «sin forma» y nos suelta para servir y mostrar su gloria en el mundo.

Pablo dijo en Efesios 2:10 que somos la obra de arte de Dios. En pocas palabras, somos las obras maestras de Dios. Dios es el Creador, y Él creó el universo y a la humanidad. La creación de Dios es una gran obra de arte, pero no es la obra maestra más grande de Dios. Su obra maestra más grande es la redención, tomar a personas que estaban muertas en sus pecados y llevarlas a la vida en Jesús por medio de su gracia sorprendente. Esta obra maestra no tiene paralelo porque el costo que Dios tuvo que pagar fue su propio Hijo.

¿Qué requiere de nosotros ser la obra maestra de Dios? ¿Nos creó Dios sólo para estar colgados en las paredes de las galerías de nuestros hogares y estar en pedestales en los museos de nuestras iglesias? No, hemos sido creados en Jesús para un propósito. Se nos ha ordenado que hagamos buenas obras.

Según Mateo 5:16, las buenas obras deben ser el resultado natural de dejar que la luz de Jesús brille a través de nosotros. Cuando tenemos una auténtica relación con Él, inevitablemente éstas fluyen de nuestra vida. Asimismo, las buenas obras deben ser atractivas y positivas. Las personas deben sentirse atraídas a Jesús  en base a la belleza de nuestra vida, no sentir repulsión por el feo comportamiento que ven. Nuestras obras siempre deben apuntar al Padre. En el momento en que comenzamos a hacer bien por cualquier otra razón que no sea la de glorificar a nuestro Padre, dejamos de ser una obra de arte,y comenzamos a convertirnos en un trabajo.

Las buenas obras deben ser redentoras por naturaleza. Nos comprometemos en ellas no para ser salvos, sino porque somos salvos. «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efesios 2:10)  —MW