En el funeral de la exprimera dama de los Estados Unidos Betty Ford, su hijo Steven declaró: «Ella era la que brindaba amor y consuelo, la primera en abrazarte. Hace 19 años, cuando yo luchaba contra el alcohol, mi madre […] me hizo uno de los regalos más grandiosos: me mostró cómo entregarme a Dios y aceptar su gracia en mi vida. Y rodeado por sus brazos, me sentí como el hijo pródigo que regresaba al hogar, con el amor de Dios que fluía a través de ella. ¡Ese sí que fue un buen regalo!».

La parábola de Jesús sobre un joven que reclamó su herencia y la malgastó, y que después volvió a su casa humillado nos asombra al ver la reacción del padre: «Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó» (Lucas 15:20). En lugar de sermonearlo o castigarlo, le expresó su amor y perdón organizando una fiesta. ¿Por qué? Porque «este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado» (v. 24).

Steven Ford concluyó su tributo con estas palabras: «Gracias, mamá, por amarnos, amar a tu esposo, amar a los niños y amar al país con el corazón de Dios».

Que el Señor nos capacite para abrir nuestros brazos a los demás, tal como los suyos se extienden para recibir a todos los que acuden a Él.