Había una vez un sencillo granjero chino que vivía con su hijo. Era tan pobre que tuvo que vender la única mula que poseía. Así que fue al mercado que estaba a cierta distancia de su casa. De camino hacia el mercado con su hijo, escuchó a un transeúnte comentar: «¡Qué granjero tan tonto! ¿Por qué no montas la mula en vez de caminar?»
Al escuchar esta observación, el granjero decidió poner a su hijo sobre la mula mientras él caminaba. Más adelante en el camino, alguien se acercó al muchacho y dijo: «¡Eres un hijo terrible! No debes dejar que tu anciano padre camine mientras que tú montas a la mula.» Así que el muchacho se desmontó y el padre se montó en la mula.
Mientras continuaban su viaje al mercado, alguien gritó: «¡Qué granjero tan egoísta! ¿Cómo puede permitir que su hijo camine mientras él monta a la mula?»
Molesto por este comentario, el granjero puso a su hijo sobre la mula y luego él también la montó. Al poco tiempo se encontraron con otro grupo de espectadores. «¡Qué granjero tan cruel!» —exclamaron—, ¿cómo puede una pequeña mula cargar con el peso de dos personas?» Luego de pensar y deliberar al respecto, ¡el granjero decidió que el mejor arreglo para ambos era cargar a la mula para llevarla al mercado!
¡Qué lección para nosotros! Es imposible —incluso peligroso— tratar de seguir la opinión y el consejo de todos. Pablo percibió el mismo peligro cuando instó a los creyentes en Éfeso a no ser «sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina» (Efesios 4:14).
Estamos viviendo en una época cuando toda idea se considera igual de válida. Sin embargo, la vida cristiana no es sólo una alternativa a las diversas cosmovisiones. Sólo la Biblia contiene lo que es verdad, lo que es bueno y lo que es bello.
Adopta la verdad de Dios. ¡No termines cargando la mula! —LCC