Un hombre se estaba quejando conmigo acerca de su matrimonio. Cuando le pregunté si alguna vez le decía a su esposa que la amaba contestó: «Ella debe saberlo. No tengo que estar diciéndoselo una y otra vez. Después de todo, ella no tiene que estar diciéndomelo a mí todo el tiempo.»
Me alegra que Dios haya declarado claramente su amor por nosotros. En Gálatas 2:20 leemos: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.»
Las profundas y poderosas palabras «con Cristo he sido crucificado» están llenas de importancia teológica y significado práctico. Hablan de nuestra identificación con Jesús en la cruz, adonde Él pagó por nuestros pecados.
Pero las palabras con las que el versículo concluye tienen igual valor, porque trasladan la atención de nosotros a Jesús. «Me amó y se entregó a sí mismo por mí.» En esas diez palabras hay dos elementos significativos de nuestra salvación.
1. La fuente de nuestra salvación, «me amó». Conocemos los versículos acerca del amor de Dios por el mundo (Juan 3:16), por la Iglesia y por los pecadores. Pero este versículo es tan personal como se quiera. Toma un concepto enorme, el amor de Dios, y lo enfoca totalmente en mí. ¡Él me ama! ¡El Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, me ama!
2. La demostración de su amor, «se entregó a sí mismo por mí».Estas palabras no sólo declaran el amor de Jesús, sino que lo demuestran por sus acciones. Su amor no es una abstracción teológica ni tampoco es sólo una sensación cálida y confusa. Es una realidad. Él murió por mí en la cruz. Él pagó la pena por mi pecado. Mi maldad lo puso allí, y Él fue por su propia voluntad debido a su gran amor. «Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, . . . sacrificio a Dios» (Efesios 5:2).
Jesús no sólo asumió que sabríamos que Él nos ama. Lo demostró, a costa de una gran angustia personal. ¡Él me ama! Lo demostró. —DCE