Cuando uno asiste a un concierto coral de niños, no debe sorprender que miren hacia todos lados, menos al director. Se sonríen, se mueven y se codean unos a otros. Se ponen de puntillas para buscar a los padres entre la audiencia. Cuando los ven, levantan la mano para saludarlos. Ah, sí… a veces, también cantan. Nos reímos de sus travesuras; ese comportamiento es agradable en los pequeños. Pero no lo es tanto cuando los miembros adultos de un coro no miran al director. La buena música surge cuando le prestan atención al conductor para poder cantar juntos.
En ocasiones, los creyentes somos como los niños de un coro. En vez de mirar a Jesús, el gran Director de la sinfonía de la vida, nos distraemos mirándonos unos a otros u observando a la audiencia.
Jesús reprendió a Pedro por comportarse así. Cuando le dijo lo que esperaba que hiciera, Pedro señaló a Juan y preguntó: «¿Y qué de éste?». Jesús le respondió con otra pregunta: «¿Qué a ti? Sígueme tú» (Juan 21:21-22).
A veces, nos distraemos mirando lo que hacen los demás. Pensamos que el plan de Dios para sus vidas es mejor que el que tiene para nosotros. Pero el designio divino para cada ser humano es el mismo: seguir a Cristo. Si fijamos nuestra mirada en Él, no nos distraerá el propósito que tiene para los demás.