Ashley Revell es un hombre de 32 años de edad de Londres, que decidió que quería dar una caminata por el lado salvaje de la vida. Vendió todo lo que poseía, incluso su ropa, rentó un esmoquin y llevó un fajo de efectivo a Las Vegas.
Revell quería arriesgarlo todo, una aventura para tentar a la fortuna. Cambió todos sus bienes por fichas de juego y las colocó todas en una pila en la mesa de la ruleta, apostando su todo al «rojo».
La pelotita blanca pudo haber rodado contra él, pero ese día, dribló y se escondió, saltó de aquí para allá, y finalmente se instaló … en el rojo. Y Revell salió con $270,600.
Lo bueno fue que salió y no tentó más a su suerte. Dijo que había terminado de apostar y que sólo quería un único intento. Así que le dio una propina de $600 al encargado del juego y salió de allí para comprarse algunas prendas de vestir.
Un amigo de Londres que se le había unido para su aventura en Las Vegas dijo: «Arriesgó el pescuezo y se libró.» Ciertamente lo hizo esta vez.
Con semejantes historias, a menudo pensamos en lo tonto que es lanzar tanto a los pies del destino. Sin embargo, Dios no piensa que lo verdaderamente tonto esté en correr un riesgo, sino más bien en lo que estamos dispuestos a arriesgar.
A través del profeta Malaquías, Dios habló a su pueblo, a la nación de Israel (3:8-12). Éste había abandonado la adoración honesta a Dios, y luego de una serie de decepciones y dificultades determinó que seguirlo a Él podría no ser el mejor camino después de todo. Tal vez las naciones paganas estaban en lo correcto: hacer dioses a su propia imagen, dioses que pudieran controlar.
Dios estaba indignado y pronunció palabras osadas: «Ponedme ahora a prueba», dijo. Al decirle a Su pueblo que lo probara, estaba ofreciendo un desafío, si se le puede llamara así. Le estaba pidiendo que arriesgara, que apostara a Él.
En Él —dijo— Israel encontraría la vida que quería en lo más profundo. Dios quería que su pueblo viera que sólo Él era digno del riesgo final. Y quiere lo mismo para nosotros. —WC