En la actualidad, se ven carteles por todos lados que instan a la gente a lavarse las manos. Ante la constante amenaza de gérmenes y virus que contagian enfermedades, los funcionarios de la salud nos recuerdan permanentemente que las manos sin lavar constituyen el mayor agente de propagación de gérmenes. Por eso, además de los avisos que alertan sobre lavarse las manos, los lugares públicos suelen ofrecer desinfectantes para ayudar a prevenirse de los gérmenes y las bacterias.
David también habló de la importancia de ser «limpio de manos», pero por una razón completamente distinta. Dijo que las manos limpias son clave para poder entrar en la presencia de Dios para adorar: «¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón… (Salmo 24:3-4). Aquí ser «limpio de manos» no se refiere a la higiene personal, sino que es una metáfora de nuestra condición espiritual: lavados del pecado (1 Juan 1:9). Habla de una vida consagrada, recta y piadosa, lo cual nos permite estar sin mancha delante de nuestro Señor mientras gozamos del privilegio de adorarlo.
Si Él vive en nosotros, puede ayudarnos a hacer lo correcto, para que nuestras manos estén limpias y nuestro corazón preparado para adorar a nuestro gran Dios.