El aviso captó mi atención cuando caminaba delante de una tienda que comerciaba antigüedades chinas. Decía: «Algunos tontos compran y otros tontos venden.» Al mirar algunos de los artículos me preguntaba por qué las personas querrían venderlos. ¡Parecían ser de un valor incalculable! Pero cuando descubrí algunos artículos marcados «VENDIDO», me asombraba de que hubiera personas que los compraran. (Se parecían a las cosas que yo tiraba a la basura cuando era joven.)

Ese sencillo aviso describe acertadamente la subjetividad del sistema de valores del hombre. Diferentes personas aprecian diferentes cosas. El valor difiere grandemente en diferentes lugares y épocas también. Lo que una persona considera como de muy elevado valor en un país en particular en este momento, otra persona podría considerarlo sin valor alguno en absoluto en otro lugar y en otro momento.

Pienso en mi máquina de escribir eléctrica. Hace algunos años no la habría vendido por nada en este mundo porque, además de su valor sentimental, me era mucho más útil que todas las máquinas de escribir mecánicas que tenían mis amigos. Es interesante que hoy tampoco la puedo vender por nada en este mundo de la era de las computadoras.

El hecho sigue siendo que el valor de las cosas materiales cambia radicalmente. Triste decirlo, muchas personas todavía invierten muchísimos recursos, energía y tiempo en las cosas terrenales que no tienen valor duradero. Al mismo tiempo, descuidan las cosas espirituales, las cuales tienen valor para la eternidad. ¡Qué desperdicio!

Pablo entendía el valor real de las cosas. Él era un maestro judío consumado, pero sabía que todas las calificaciones con las que contaba y las tradiciones que conservaba palidecían en cuanto oa su importancia «en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús» (Filipenses 3:8).

Puede ser que algunos consideraran a Pablo como un tonto por aceptar a Jesús a costa de sus logros. Pero habría sido un verdadero tonto si hubiese canjeado su relación con Jesúspor cualquier otra cosa.  —LCC