Hace poco se lanzó la capacitación obligatoria del Servicio Nacional (SN) para un grupo pionero de 85.000 jóvenes en Malasia. Estos jóvenes de 18 años tuvieron que someterse a un período de tres meses que incluía módulos de desarrollo físico, formación patriótica, formación del carácter y servicio social. Muchos de los participantes en la capacitación comentaron que luego de completar el programa SN habían aprendido a ser más disciplinados. Sin duda alguna, la disciplina puede surgir por medio del trabajo arduo y de los inconvenientes, y puede tomar mucho tiempo desarrollar un carácter fuerte y capacidad de recuperación.
Me pregunto si nosotros, como seguidores de Jesús, vemos la importancia de desarrollar la autodisciplina como parte de nuestra vida. En 2 Timoteo 1:7, el apóstol Pablo dijo: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio». ¿Tenemos suficiente disciplina como para hacer nuestros devocionales, estudiar las Escrituras, orar, ayunar, dar, o incluso llegar puntualmente a los cultos de adoración?
Aun así, la disciplina no debe convertirse en legalismo. La disciplina no es un fin en sí misma; es un medio para un fin. El propósito de las disciplinas espirituales es precisamente experimentar y disfrutar a Dios más en nuestra vida. Nos ayudan a llegar a ser discípulos de Jesús más fuertes y saludables.
Los participantes en el SN tienen que someterse a un período de capacitación para regresar «a los fundamentos». Los discípulos de Jesús pasaron tres años de capacitación especial con Él. Al pasar por nuestro período de capacitación (puede que sean «experiencias en el desierto» o circunstancias difíciles), comenzaremos a captar la importancia de las disciplinas espirituales.
Hebreos 12:7-13 sugiere que la disciplina es capacitación. Dejemos que Jesús nos empuje al límite, que nos capacite y que nos ayude a vivir una vida cristiana disciplinada. —Timothy Chew, Malasia