Todos los veranos, miles de televidentes del programa Good Morning America [Buenos Días, Estados Unidos] votan para elegir el mejor lugar del país. Me encantó cuando anunciaron que el ganador de 2011 era un lugar del estado donde vivo. Debo reconocer que no esperaba que el sitio premiado estuviera prácticamente en el fondo de mi casa. Me recordó cuando mi esposa Martie y yo visitamos las Cataratas del Niágara. Un hombre que estaba por ahí se dio cuenta de que éramos turistas y bromeó, diciendo: «No tienen nada de raro. Las veo todos los días».
Con cuánta facilidad nos acostumbramos a lo que nos rodea y nos volvemos insensibles ante lo conocido; incluso lugares o experiencias que anteriormente nos deleitaron muchísimo. Aunque la gloria de Dios se manifiesta con claridad en todo lo que nos rodea, a veces, el ajetreo de la vida nos nubla la vista. Damos por descontada su obra asombrosa en nuestra vida. La cruz ya no nos maravilla. Nos olvidamos del privilegio de ser sus hijos, descuidamos el placer de su presencia y no valoramos la belleza de su creación.
Me encanta la declaración del salmista: «En la hermosura de la gloria de tu magnificencia, y en tus hechos maravillosos meditaré» (Salmo 145:5). Dediquemos hoy un tiempo para meditar en los «hechos maravillosos» de Dios y renovemos un atisbo de su gloria.