«Recuerda siempre que eres único… como todos los demás.» En muchas ocasiones me he identificado con este dicho, ¿y sabes qué? La mayoría de las veces que he pensado en él lo he hecho con relación a mi vida cristiana. No me interpretes mal, las declaraciones de la Biblia en cuanto a nuestra identidad «en Jesús» son muy transformadoras. Por ejemplo:
• Una vez tú y yo éramos culpables, estábamos quebrantados e inmundos (1 Corintios 6:9-10). Ahora somos santos, estamos restaurados y limpios (v. 11; Colosenses 1:22).
• Una vez estábamos muertos en el pecado. Ahora estamos muertos al pecado y vivos en Cristo (Romanos 6:11; Colosenses 2:13).
• Una vez estábamos alejados de Dios (Colosenses 1:21). Ahora somos parientes de Dios (1 Juan 3:1) y extranjeros en el mundo (1 Pedro 2:11). ¡Estas son grandes cosas!
Aun así ha habido momentos en que he pensado: Pero eso se aplica en verdad a la vida de todo cristiano. ¿Hay algo que me haga verdaderamente único? ¿Acaso Dios produce a sus seguidores en masa, o los hace a mano?

En Mateo 16:13-18 Jesús les preguntó a sus discípulos quién creían ellos que Él era. «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente», respondió Simón Pedro. Jesús ratificó su respuesta diciendo: «Esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» Luego Jesús le dio un toque personal y le dijo a Pedro que él sería un líder entre los apóstoles en la iglesia primitiva.

¿Notas lo que pasó? Al descubrir la identidad de Jesús, Pedro descubrió su propio propósito. Nuestra identidad es la gama completa de respuestas a la pregunta: «¿Quién soy?», el paquete completo de creencias que tenemos acerca de nuestra personalidad, nuestras capacidades, nuestras relaciones, nuestro origen, y nuestros valores. Cuando venimos a Jesús, Él nos transforma en personas nuevas. Sí, existen características esenciales que todos los cristianos comparten. Pero Él nos da un toque personal a cada uno.

Recibimos dones, llamamientos, pasiones y temperamentos únicos, todos elaborados por Dios desde los primerísimos momentos de nuestra creación (Salmo 139:13-16), y, al igual que Pedro, a partir de nuestros encuentros personales con Jesús.

Sin lugar a dudas estamos hechos a mano. Pero en realidad descubrimos quiénes somos cuando descubrimos quién es Él.  —S