Una tarde de otoño, conducía mi automóvil junto a un campo donde un granjero había estacionado al costado del camino unas máquinas enormes. Un cartel amarillo advertía: «Cosecha en proceso». Al echar un vistazo hacia el campo, supe de inmediato qué había plantado el granjero unos meses antes: pequeñas semillas de trigo. Me di cuenta porque estaba preparándose para recorrer con sus cosechadoras aquella superficie cubierta de espigas maduras.
Aunque pueda parecer obvio que si uno planta trigo, va a cosechar eso mismo, a veces negamos el vínculo entre lo que sembramos y lo que cosechamos en nuestra vida espiritual. El apóstol Pablo escribió: «No os engañéis; […] todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7). Vivir para agradar a la carne produce corrupción, que se manifiesta en desear lo que no nos pertenece, en ser egocéntricos e, incluso, en tener adicciones (5:19-21). Andar en el Espíritu genera paz, bondad y dominio propio (5:22-23). Por la gracia de Dios, podemos escoger sembrar «para el Espíritu» y cosechar vida eterna (6:8).
Supongamos que Jesús declarara hoy el «día de cosecha» en nuestra vida y que nos pidiera que recogiéramos el producto de todas nuestras decisiones del año pasado. ¿Qué le mostraríamos?